¿Rechazamos el aprendizaje basado en la memorística?

Rechazamos el aprendizaje basado en la memorística

Es comprensible el temor que puede sugerir la práctica del uso de la memoria dentro de los espacios escolares, teniendo en cuenta los abusos que de ella se han dado históricamente.

No obstante, es importante diferenciar entre la memorística como la práctica pedagógica, que tiene su centro y finalidad en la recordación de datos; y la memoria, entendida como una habilidad indispensable en cualquier proceso pedagógico, puesto que vincula la información obtenida con procesos de mayor envergadura (ejemplo: analizar, reflexionar, entre otros).

En ese sentido, queda de manifiesto que la memoria no resulta contraria al potenciamiento de habilidades en los y las estudiantes; por el contrario, es factor integral en dicho proceso. Difícilmente podría interpretarse un fenómeno social sin tener en cuenta los actores que intervienen, los móviles que agencian, el contexto en el que se desenvuelven, y en definitiva, una larga lista de variables que entran en juego, que si son vistas de manera concienzuda, salta a la vista que todas requieren de la memoria de alguna forma.

Lo anterior no es ninguna novedad dentro de las discusiones académicas y pedagógicas. Por ejemplo, el mismo Ministerio Nacional de Educación (un referente bastante cuestionable en lo que a pedagogía se refiere) promotor abanderado en el país de discursos de “Competencias educativas” reconoce[1] que: 1. Los contenidos siguen siendo relevantes en los procesos de aprendizaje y 2. “Hoy por hoy, cada vez más se plantea la necesidad de que la educación debe brindar las bases sólidas para que las personas tengan los conocimientos, las actitudes y las destrezas que les permitan comprender, transformar y crear en el mundo en el que viven, reconociéndose como parte de una sociedad”. A partir de estas dos premisas es claro que si bien se busca superar aquello que de manera poco precisa se suele denotar como “educación tradicional” , también lo es, que un nuevo paradigma educativo no debería desprenderse de aquellos elementos que pueden aportar positivamente a los procesos, en este caso, la memoria.

Sin embargo, la cuestión no se queda allí, postulados de un carácter mucho más científico también reivindican la memoria dentro los procesos educativos ya que: “El aprendizaje es un proceso activo resultado de la experiencia que conlleva cambios en el cerebro. Cuanto más trabajamos un contenido, mejor permanece en la memoria, que es la capacidad de adquirir y almacenar información muy variada. Nuestra identidad personal viene determinada por lo que aprendemos y lo que recordamos, por lo que la memoria constituye un recurso fundamental del ser humano que nos hace inteligentes y nos permite compartir y transmitir la cultura”[2]. Además “Es imprescindible que en el proceso de aprendizaje haya reflexión y comprensión pero, para ello, se necesitan los conocimientos previos o el soporte cultural sobre el que se asiente el aprendizaje posterior”[3]. Con ello, lo que se está diciendo es que si bien la memoria no puede ser la síntesis del aprendizaje, si resulta un elemento fundamental, muchas veces, es el punto de partida. Imaginemos por ejemplo, que a un estudiante se le solicita argumentar su postura frente al conflicto armado en Colombia, para ello, tendrá que hacer un proceso reflexivo en su cerebro que requiere necesariamente el análisis de las causas y consecuencias, de los actores, de sus proyectos políticos, entre otros elementos que pasan necesariamente por la memoria, o ¿acaso sería posible realizar el ejercicio de manera concienzuda si el estudiante no recordara cuál es el origen de los grupos insurgentes?, o , ¿que lo hiciera sin recordar los lineamientos políticos bajo los cuales los EEUU promovieron la noción del “enemigo interno”?, por tan solo citar un par de ejemplos en los que la memoria adquiere un papel importante en desarrollo de habilidades de aprendizaje.

Por otra parte, es menester tener presente que a partir del discurso de las competencias existen tres elementos relevantes que las caracterizan como tal[4]: a) están al alcance de todos, b) son comunes a muchos ámbitos de la vida, c) son útiles para seguir aprendiendo. Visto de esta manera, habría que preguntarse si la memoria entorpece lo anteriormente expuesto, o por el contrario, contribuye a su realización, en especial, frente al último punto: es útil para seguir aprendiendo.

A raíz de lo anterior, comprendo y comparto el interés por desarrollar habilidades (inferencia, argumentación, análisis, reflexión, etc.) en los estudiantes, pero igualmente, al reconocer que la memoria -y con ella los contenidos-, no es un asunto baladí, es igualmente necesario darles el lugar privilegiado que requieren, incluidos claro está, los procesos evaluativos. La memoria y los contenidos también deben ser evaluados. En este punto, es posible plantear el debate en sus términos reales: el asunto no es si se evalúa o no la memoria – a esta altura ello ya está argumentado-, el meollo radica en qué es lo que se evalúa de la memoria. No es lo mismo preguntar por la fecha de nacimiento de un determinado personaje histórico que por las fases que constituyen un fenómeno social cualquiera.

Asumir esta discusión tiene al menos dos aristas que considero fundamentales desde la ética, la política y la pedagogía: 1. La reproducción del discurso que subestima la memoria y los contenidos, en últimas, legitima que se subestime al mismo tiempo el saber disciplinar, razón que en la práctica y magnificando un poco al asunto, podría dar a pensar que clases como la de Ciencia Política deberían ser reemplazadas por Comprensión de Lectura por citar un ejemplo frente las Ciencias Sociales. 2. En tiempos de la supuesta sociedad del conocimiento – que de eso solo el nombre porque los hechos demuestran que la gente es cada vez más ignorante[5]– es urgente poner atención en los contenidos, y a partir de allí, promover las reflexiones ya que desde hace algún tiempo bajo ciertos enunciados de flexibilidad académica se ha buscado de manera premeditada imponer la lógica técnica dentro de la educación, esto es en el sentido clásico formar operarios de máquinas que desconocen la ciencia que hay detrás de ellas, basta con que sepan interpretar el manual de funcionamiento. En su expresión contemporánea, este saber técnico busca ciudadanos funcionales: que sepan participar en las instancias “democráticas” aunque no entiendan la naturaleza del conflicto, buscan personas capaces de llevar una empresa aunque no comprendan el impacto social que tiene su quehacer, y en fin, personas que agencien lo existente sin llegar siquiera a cuestionarlo.

Por eso, ¿rechazamos el aprendizaje basado en la memorística?: ¡sí! ¿Aprendizaje sin memoria?: ¡no!

Julián Duarte – Tutor de Ciencias Sociales T&T – Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales

[1] Ver al respecto: MEN. Una mirada a partir de tres ejes de transformación [2] GUILLÉN, Jesús. La memoria: un recurso fundamental. [3] Ibíd. [4] ALONSO, María del Cristo. Variables del aprendizaje significativo para el desarrollo de las competencias básicas. [5] Ver al respecto: VEGA, Renán. Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las ciencias sociales. Vol. I.

Es comprensible el temor que puede sugerir la práctica del uso de la memoria dentro de los espacios escolares, teniendo en cuenta los abusos que de ella se han dado históricamente.

No obstante, es importante diferenciar entre la memorística como la práctica pedagógica, que tiene su centro y finalidad en la recordación de datos; y la memoria, entendida como una habilidad indispensable en cualquier proceso pedagógico, puesto que vincula la información obtenida con procesos de mayor envergadura (ejemplo: analizar, reflexionar, entre otros).

En ese sentido, queda de manifiesto que la memoria no resulta contraria al potenciamiento de habilidades en los y las estudiantes; por el contrario, es factor integral en dicho proceso. Difícilmente podría interpretarse un fenómeno social sin tener en cuenta los actores que intervienen, los móviles que agencian, el contexto en el que se desenvuelven, y en definitiva, una larga lista de variables que entran en juego, que si son vistas de manera concienzuda, salta a la vista que todas requieren de la memoria de alguna forma.

Lo anterior no es ninguna novedad dentro de las discusiones académicas y pedagógicas. Por ejemplo, el mismo Ministerio Nacional de Educación (un referente bastante cuestionable en lo que a pedagogía se refiere) promotor abanderado en el país de discursos de “Competencias educativas” reconoce[1] que: 1. Los contenidos siguen siendo relevantes en los procesos de aprendizaje y 2. “Hoy por hoy, cada vez más se plantea la necesidad de que la educación debe brindar las bases sólidas para que las personas tengan los conocimientos, las actitudes y las destrezas que les permitan comprender, transformar y crear en el mundo en el que viven, reconociéndose como parte de una sociedad”. A partir de estas dos premisas es claro que si bien se busca superar aquello que de manera poco precisa se suele denotar como “educación tradicional” , también lo es, que un nuevo paradigma educativo no debería desprenderse de aquellos elementos que pueden aportar positivamente a los procesos, en este caso, la memoria.

Sin embargo, la cuestión no se queda allí, postulados de un carácter mucho más científico también reivindican la memoria dentro los procesos educativos ya que: “El aprendizaje es un proceso activo resultado de la experiencia que conlleva cambios en el cerebro. Cuanto más trabajamos un contenido, mejor permanece en la memoria, que es la capacidad de adquirir y almacenar información muy variada. Nuestra identidad personal viene determinada por lo que aprendemos y lo que recordamos, por lo que la memoria constituye un recurso fundamental del ser humano que nos hace inteligentes y nos permite compartir y transmitir la cultura”[2]. Además “Es imprescindible que en el proceso de aprendizaje haya reflexión y comprensión pero, para ello, se necesitan los conocimientos previos o el soporte cultural sobre el que se asiente el aprendizaje posterior”[3]. Con ello, lo que se está diciendo es que si bien la memoria no puede ser la síntesis del aprendizaje, si resulta un elemento fundamental, muchas veces, es el punto de partida. Imaginemos por ejemplo, que a un estudiante se le solicita argumentar su postura frente al conflicto armado en Colombia, para ello, tendrá que hacer un proceso reflexivo en su cerebro que requiere necesariamente el análisis de las causas y consecuencias, de los actores, de sus proyectos políticos, entre otros elementos que pasan necesariamente por la memoria, o ¿acaso sería posible realizar el ejercicio de manera concienzuda si el estudiante no recordara cuál es el origen de los grupos insurgentes?, o , ¿que lo hiciera sin recordar los lineamientos políticos bajo los cuales los EEUU promovieron la noción del “enemigo interno”?, por tan solo citar un par de ejemplos en los que la memoria adquiere un papel importante en desarrollo de habilidades de aprendizaje.

Por otra parte, es menester tener presente que a partir del discurso de las competencias existen tres elementos relevantes que las caracterizan como tal[4]: a) están al alcance de todos, b) son comunes a muchos ámbitos de la vida, c) son útiles para seguir aprendiendo. Visto de esta manera, habría que preguntarse si la memoria entorpece lo anteriormente expuesto, o por el contrario, contribuye a su realización, en especial, frente al último punto: es útil para seguir aprendiendo.

A raíz de lo anterior, comprendo y comparto el interés por desarrollar habilidades (inferencia, argumentación, análisis, reflexión, etc.) en los estudiantes, pero igualmente, al reconocer que la memoria -y con ella los contenidos-, no es un asunto baladí, es igualmente necesario darles el lugar privilegiado que requieren, incluidos claro está, los procesos evaluativos. La memoria y los contenidos también deben ser evaluados. En este punto, es posible plantear el debate en sus términos reales: el asunto no es si se evalúa o no la memoria – a esta altura ello ya está argumentado-, el meollo radica en qué es lo que se evalúa de la memoria. No es lo mismo preguntar por la fecha de nacimiento de un determinado personaje histórico que por las fases que constituyen un fenómeno social cualquiera.

Asumir esta discusión tiene al menos dos aristas que considero fundamentales desde la ética, la política y la pedagogía: 1. La reproducción del discurso que subestima la memoria y los contenidos, en últimas, legitima que se subestime al mismo tiempo el saber disciplinar, razón que en la práctica y magnificando un poco al asunto, podría dar a pensar que clases como la de Ciencia Política deberían ser reemplazadas por Comprensión de Lectura por citar un ejemplo frente las Ciencias Sociales. 2. En tiempos de la supuesta sociedad del conocimiento – que de eso solo el nombre porque los hechos demuestran que la gente es cada vez más ignorante[5]– es urgente poner atención en los contenidos, y a partir de allí, promover las reflexiones ya que desde hace algún tiempo bajo ciertos enunciados de flexibilidad académica se ha buscado de manera premeditada imponer la lógica técnica dentro de la educación, esto es en el sentido clásico formar operarios de máquinas que desconocen la ciencia que hay detrás de ellas, basta con que sepan interpretar el manual de funcionamiento. En su expresión contemporánea, este saber técnico busca ciudadanos funcionales: que sepan participar en las instancias “democráticas” aunque no entiendan la naturaleza del conflicto, buscan personas capaces de llevar una empresa aunque no comprendan el impacto social que tiene su quehacer, y en fin, personas que agencien lo existente sin llegar siquiera a cuestionarlo.

Por eso, ¿rechazamos el aprendizaje basado en la memorística?: ¡sí! ¿Aprendizaje sin memoria?: ¡no!

Julián Duarte – Tutor de Ciencias Sociales T&T – Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales

[1] Ver al respecto: MEN. Una mirada a partir de tres ejes de transformación [2] GUILLÉN, Jesús. La memoria: un recurso fundamental. [3] Ibíd. [4] ALONSO, María del Cristo. Variables del aprendizaje significativo para el desarrollo de las competencias básicas. [5] Ver al respecto: VEGA, Renán. Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las ciencias sociales. Vol. I.